Cuentos del Monte - Los Niños Santos

Esa mañana llovió desde temprano, y nos quedamos mirando el cielo gris con el amigo Kuntur, su esposa Malim y su pequeña Galé, de 2 años, que abrazaba (o más bien asfixiaba) un dinosaurio Barney de peluche, que nos miraba con sus ojos fijos de plástico, como suplicando ayuda.

Habían venido desde la Cordillera trayendo yuyos y buscando otros para llevar. También venían a curar, a enseñar y a bendecir con su infinita bondad, todo lo que hubiera a su lado.

A Malim, nieta de una gran curandera, los perros le agachaban la cabeza y las plantas se movían reverenciándola a su paso. Increíble pero real.

Al otro día salimos los hombres a campo abierto, en busca de “Los Niños Santos”.

Botas altas por el barro y por las víboras.

Alejandro! – me gritó Kuntur después de una larga caminata-, por aquí, venga, mire esto…

Me acerqué y los ví: una comunidad entera de hongos.

Estaban allí, húmedos, estáticos, eternos, completos… Nada les faltaba. Hasta se mostraban soberbios. Los tallos bien blancos, los sombreros marrones. Los anillos violáceos se quebraban y se desbarrancaban por sus troncos buscando la tierra final.

Reza Usted? Me preguntó Kuntur.

Si, le dije. Y mientras rezaba como me habían enseñado, Kuntur sacudía los hongos para dispersar sus esporas y con mucha delicadeza, casi quirúrgicamente, fue despegando uno por uno, desde sus raíces.

Volvimos a la casa, calentita, con olor a pan caliente.

Por la noche, llegaron los invitados y nos dispusimos a comenzar la Ceremonia.

La voz y las canciones de Malim inundaron toda la casa, todo el campo y todo el universo. Una recepción al paraíso en colores duraznos y cremas, me iba llevando a un trono glorioso, y las sonrisas más hermosas me invitaban a seguir adelante. Amor en toneladas, apabullante.

Kuntur curó, curó y curó toda la noche. Cayó exhausto, desgastado, casi muerto… y todo lo que se mueve, agradecido por siempre.

Los Niños Santos, como les decía María Sabina a los hongos psilocybes, son Plantas Maestras. Por aquí los he visto en la zona de la Picada, en campos donde hay Cebú y en Colonia Avellaneda.

Hay que tener mucho cuidado con ellos, son altamente tóxicos y si no están utilizados como indican las tradiciones pueden ser extremadamente peligrosos.

Cuando se los trata en un contexto sagrado, se convierten en pura luz y no dan más que felicidad. Esa felicidad que buscamos y se nos va, y vuelve, y se nos vuelve a ir, para golpear la puerta una y otra vez.

Bueno, me voy a atender a ver quién llama. Espero que sea ella…

Nos vemos en el próximo número con más yuyos y cuentos del monte. Salud!

Sr. Alejandro