El fascinante sentimiento de sentirse encantado predice –casi siempre- una tragedia.
No en la que se pierde la vida, no… pero sí en la que se lucha contra las inclemencias de la realidad y del tiempo.
El “encantamiento” es pulsión, moviliza la maquinaria, nutre al deseo.
Cuando uno es maravillado por él podría decirse que nada importa: la vida sigue su curso pero uno se encuentra en otro estado, en otra dimensión, el tiempo de hace lento, espeso. Sabemos que cuando termine estaremos poco menos que mutilados (lo sabemos) y aún así nos lanzamos al mar en un barquito de un solo remo con el sólo propósito de poseerlo y que nos posea, de embebernos por un tiempo no cronometrado -que puede durar siglos en un minuto- que nos dejará una marca de por vida y que con el tiempo se parecerá bastante a una arruga más en los pliegues de nuestra piel.
Haberse “encantado” en algún momento de la vida es haber vivido descarnadamente; libremente; ligeramente; abundantemente… Puede suceder que te pierdas por un largo tiempo, que no creas haberlo vivido, que te confundas pensando que no fue nada más que un sueño, una sensación, un suspiro...más, en la memoria del cuerpo siempre allí estará, aunque el motivo del encantamiento haya sucedido en otra vida, aunque no conozcas su rostro, aunque no lo hayas tocado, aunque te sorprendas una noche (simplemente) soñándolo.
Virginia Lobo