Todo de repente está amilanado
marchitado, demolido.
El sendero se afina, oscurece.
Y cuando parece cerrarse
negándonos,
un haz de luz pequeño pero enérgico
nos da de lleno en la cara
en el alma,
y basta para empujarnos
y ver más adelante
que esa misma senda
se ensancha, brilla.
Como antes del amanecer
nos agobia la noche, la sombra,
y en un breve instante, el sol nos levanta,
nos anima con su luz y esperanza.
Es limitado, reducido,
aunque magnífico y pujante.
Trascendiéndonos arremete
para dejarnos desiertos, señeros
exhibiéndonos ante nuestros ojos y espíritu.
Y así nos recuerda
que seguimos transitando y cosechando
la vida misma
que pasos antes sembráramos
sin entender porqué razón.
Lorena Demarchi