Las campanas coloridas del Toé llegaron sonando y perfumando la mañana. Antes, por la noche, habían pintado los sueños con colores nítidos y penetrantes.
Pero ese día, pasando la hora de la tarde, iban a sonar como nunca antes lo habían hecho.
Dejamos el caserío con Doña Alba, y acompañados por su perra blanca Guli, “la doctora”, nos metimos en el monte bien adentro. Un pato vestido como príncipe volaba en círculos sobre nuestras cabezas indicando el camino. Se posaba sobre el lugar más alto, nos miraba y volvía a volar.
Alba es una india guaraní, muy delgadita y con una mirada tan profunda que no querés salir de sus ojos por un rato largo.
Vea Alejandro, me decía, todo esto hoy parece hecho para usted. Cada ramita, cada pato, cada pelo de “la doctora”…
No siga Alba, le dije, que me está haciendo temblar y recién empezamos…
Se rió con una carcajadita finita y chispeante.
El camino se hizo más estrecho y sobre unas piedras estaba un hermoso ejemplar de Toé, pesado de campanas, como un árbol de navidad sobrecargado.
Alba se arremangó su pulóver blanco, gastado, balbuceó algunas palabras de las que sólo entendí “Espíritu Santo” y arrancó varias ramas de unos
Con un cuchillo las cortó al medio y con una cucharita sacó el jugo blancuzco del tallo. Colocó el jugo en un mate con tapa y lo guardó en su bolsillo.
El pato-príncipe voló más alto, después
bien bajo, hasta que finalizada su tarea, se despidió disolviéndose en el cielo.
De ahí seguimos hasta la casa de Don Pián, donde nos esperaban Carlos, su esposa René, Amílcar y su hijo Elder.
Alba me dio un vasito con el jugo y me indicó el lugar donde tenía que quedarme a pasar la noche, y a recibir mi “visita”.
La tarde se apagaba y en el ensueño llegó Iris, la simple Iris, la hermosa Iris, la indescriptible Iris, la gran Iris. Me habló, sentada en la mesa, enfrente de mí. Habló de sus hijos y de su vida. Contaba cosas comunes, describía momentos cotidianos, parecía una persona común excepto por un pequeño detalle: ¡NO EXISTÍA!
Cuando estaba a punto de desvanecerse su imagen, le pregunté:
Iris?
Si? Me dijo, mirándome con un amor antiguo y eterno.
Te puedo tocar?
Si, me dijo riéndose, ¿cómo no vas a poder tocarme?!
Toqué su brazo que estaba apoyado sobre la mesa y al palparlo el corazón casi me explota. El miedo llegó para intentar borrar todo lo que había pasado y me encontré nuevamente solo en ese ranchito limpio, temblando en el medio del monte.
A la mañana vino Alba y me preguntó sobre lo sucedido. Yo apenas podía hablar y no paraban de salir lágrimas constantes de mis ojos.
Tome, séquese la cara y vamos a desayunar -me dijo-, que el día es largo y tiene mucho por aprender…
Al Toé aquí le dicen Floripondio. Hay que tratarlo con extremo cuidado. Puede provocar la muerte. Es una Planta que cura y enseña a curar, protege e ilumina el caminito…y más cuando uno anda perdido. Es muy buena para las quemaduras, y cuando se ponen 3 flores bajo la almohada, pinta los sueños con sus radiantes colores.
Bueno, me despido hasta la próxima con más yuyos y cuentos del monte. Salud!
Sr. Alejandro