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La persiana cerrada
deja en penumbras
todos los espacios de la oficina
y por un momento
nuestro secreto está a salvo de los demás.
El fichero sostiene tu espalda
y todos esos papeles sin importancia
caen sobre la alfombra
mientras mis besos descienden
lentamente por tu escote…
Uno a uno
desato los broches de tu blusa
y tus manos en mi pelo
apresuran impacientes el descenso…
Amo tu perfume.
Amo la tibia suavidad de tu piel
y tu respiración agitada
cuando mi boca en tu vientre
se acerca al fin
al límite prohibido de tus bragas…
Mis dedos recorren despacio
los contornos de tu intimidad
y en la precaria soledad de la oficina
vuelves a ser mía una vez más…
Que saben ellos?
Que nos importa
lo que digan los demás…
Alejandro Savino