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Despreciar y desconocer el poder innato en la parturienta tiene una correlación evidente con el desprecio hacia la mujer madura. Porque ambas representan los dos polos del poder femenino. Observemos que ninguna de ellas están al servicio de la voracidad del varón, sino que están al servicio de la humanidad toda. Insisto en que la mujer más valorada socialmente es aquella que es bella a los ojos masculinos, para ser poseída. Sin embargo, la mujer que da a luz no es vista, y la mujer que desparrama sabiduría y experiencia tampoco es visa. Ambas potencias son ignoradas. Hay algo sobre lo que tendremos que reflexionar. Allí donde la mujer –en el parto y crianza de los hijos, y en la madurez de la sabiduría interior- despliega su mayor potencia, es donde el masculino dominante se tapa los ojos frente a la evidencia. En cambio, en los períodos donde la mujer es tomada por valores ajenos, es mirada y llevada a la cima de la admiración, a través del personaje de la doncella.
Que las mujeres maduras y menopáusicas no seamos consideradas maestras de la comunidad global es parte de la lógica masculina en la cual estamos todos incluidos. Para que el colectivo de mujeres podamos tener acceso a nuestra libertad, será menester reconocer que necesitamos la fuerza y el desapego de las mujeres mayores, que ya cuentan con la experiencia, la serenidad y la intención de enseñar a las más jóvenes aquello que ya no les puede ser negado: el conocimiento de los ciclos vitales femeninos. Que las mujeres menopáusicas ya no tengamos que criar niños, nos permite dedicar mucho tiempo a desarrollar pensamientos independientes de toda cultura corrosiva del alma. Ya hemos atravesado todo el crisol de experiencias. Ya resultan prescindibles las opiniones ajenas. Ya somos libres. Y la libertad nos convierte en mujeres absolutamente poderosas. Por eso, justamente por eso, somos despreciadas, convirtiendo en vergonzosas algunas arrugas, la necesidad de utilizar lentes, el hecho de portar un cuerpo un poco menos firme o perder algún atisbo de seducción. Ay, si supiéramos que se trata simplemente del miedo que produce el poder que está en nuestras manos, y que ahora nadie nos puede quitar. Si supiéramos que al cortarnos la cara para quitar alguna arruga, estamos cayendo en manos del deseo ajeno y perdemos poder. Si nos escondemos en seguridades aparentes, perdemos poder. Si volvemos a creer que somos menos valiosas que antes perdemos poder. Las mujeres jóvenes que en el futuro van a parir hijos y a criarlos, necesitan desesperadamente que las más maduras estemos allí, apoyando sus búsquedas, confirmándoles que el camino de cada una es el camino adecuado y que nada va a ser más verdadero que reconocer la esencia femenina que puja desde el útero de cada una de ellas.
Las ancianas exiliadas
La anciana es aquella mujer que ya no está en la escena cotidiana, que ya no tiene fuerza física para cuidar a los nietos o bisnietos, que ya no ayuda en los menesteres domésticos: ésa era tarea de la mujer madura. La anciana –que en nuestra sociedad está totalmente exiliada, acallada, apartada y silenciada- es aquella que guarda dentro de sí la sabiduría de la comunidad femenina en su conjunto. Ya no es su propia experiencia personal lo que tiene para ofrecer, sino el llamado conjunto de vivencias y certezas del universo femenino. Mientras las ancianas sabias estén desplazadas, las mujeres jóvenes estaremos perdidas. Sepamos que si una sola mujer, en la etapa evolutiva que sea, ha sido social e históricamente aislada y recluida es porque el peligro de irradiación de su poder ha sido inmenso
De todas maneras, tener muchos años no es sinónimo de sabiduría. Y ser físicamente una mujer tampoco es garantía de ser mujer-mujer, ya que la mayoría de las mujeres pensamos, actuamos y sentimos en formato masculino. Así hemos sido educados, niñas y niños, bajo modalidades de represión y desprecio del mundo femenino en todas sus formas. Por eso, ser mujer en las sociedades patriarcales es bastante más difícil que ser hombre. Y no hemos tenido algún tipo de contacto con el yo personal, despojándonos del “yo engañado”, podremos cumplir muchos años sin haber madurado emocionalmente.
Las mujeres jóvenes detectamos rápidamente a las mujeres mayores o ancianas que devienen maestras de vida. A veces no son familiares, ni personas cercanas. Es frecuente que las descubramos a través de libros o del arte. Decidamos guiarnos por mensajes que mujeres sabias envían desde sus canciones, sus actuaciones en cine, sus bromas, sus escritos, sus biografías no autorizadas o sus reportajes. Tratemos de reconocer quienes son las mujeres que nos guían cuando nos desviamos del camino personal, y recordemos que detrás de nosotras vienen más, que será nuestra obligación rectificar y someternos al destino, para aliviar y facilitar el camino de las mujeres jóvenes, el de sus hijos y el de los hijos de sus hijos.
Fragmento del libro “La Revolución De Las Madres”