El Chiric Sanango es una planta del Amazonas de la que nunca me voy a olvidar. Y es precisamente por cómo me ayudó a recordar, que garantizo que no pasará a engrosar la larga lista de mis olvidos.
Estando en la Selva, hace muchos años, Don Tayi Palomeque, un viejo curandero Kalpa, me dijo:
Usted es un auténtico gringo, aunque sea de pelo negro y ojos negros. Tiene la piel blanca. Y no es blanco, es peor que eso: es un gringo, dijo, y se echó a reír.
Je, je, salía de mis dientes, sin entender mucho, porque hasta ahí el Maestro Tayi, se había comportado siempre muy distante y serio. Y la verdad es que eso de gringo me lo había tenido que aguantar tantas veces que ya no me causaba ninguna gracia. En mis viajes y estudios en la Selva fue siempre una constante. ¡Aquel gringo!, con desprecio, escuchaba que decían refiriéndose a mí, sin conocerme. Sólo por mi aspecto gallego-tano-argentino.
Pero –prosiguió Tayi-, a pesar de ser un cerdo gringo,…
¡Epa, epa! – dije, haciéndome el gallito (por entonces yo era un joven aprendíz que se creía “el iluminado” o Maradona, o algo por el estilo). Aflojemos un poco con eso y vayamos al centro de la cuestión, Don Tayi. ¿Puede ser?”
Cómo no, dijo el “brujo” (que ya se estaba poniendo cabrón). El centro de la cuestión es que usted, mi joven amigo, es un cerdo gringo.
Yo bajé la mirada como para relajarme, y debajo de su ruana liviana, color mostaza, veo una botella de caña o de ginebra.
La pucha, me dije, lo único que me faltaba, se puso en pedo el Maestro, y está buscando roña…
Mire Don Tayi, le dije levantándome como para irme, mejor seguimos mañana, hoy fue un día muy intenso. Quédese usted tranquilo, disfrutando de su licorcito. Yo me voy a descansar.
¡Nada de licorcito! ¡Y qué descansar ni qué descansar!- Dijo con voz fuerte y enojadísimo. ¡Usted se queda acá!
Y ya se puso inesperadamente tensa la situación.
A pesar de ser un gringo maricón, me dijo, como son todos los gringos, le voy a convidar esta Medicina. Es para el frío.
¡Tome! ¡Sólo dos vasos! ¡¿Entendido?!
Y con un fuerte golpe clavó la botella en el piso de tierra, enfrente de mí, con tal precisión que quedó enterrada unos centímetros.
Se fue sin despedirse, con el ceño fruncido y se perdió en el monte espeso dejándome solo y realmente atónito.
Yo miraba la botella y pensaba:
¿Y a éste? ¿Qué le agarró? Hace tiempo que vengo estudiando con él y nunca se había puesto así. Qué mal momento, pensé. ¿Cómo seguirá esto?
Se puso frío rápidamente como todas las noches.
Yo miraba la botella.
Hasta que robóticamente la agarré, me serví dos vasos y me los tomé como Tayi me lo ordenó.
Me fui a mi choza y me preparé para relajarme y pensar en otra cosa.
Pasó una hora más o menos. También pasó toda la bronca y el disgusto.
Y en vez de dormir me puse a recordar. Pero lo que recordaba no eran sucesos, lo que recordaba era Amor. Recordé todos los abrazos. Recordé todas las sonrisas. Recordé todo pero todo, todito el amor recibido por mí hasta ese momento. Las canciones de mi Madre, sus pañuelos y sus cuidados, el beso, la ternura, cuando me llevaba a la escuela. Mis cumpleaños. Recordé una a una todas las caricias recibidas. Los regalos.
Todas las miradas tiernas, cálidas. Pero no algunas: ¡TODAS!
Poco a poco me fui transformando en un gran depósito de Amor, que limpió cada una de mis vísceras y mis venas dejándolas cristalinas como el agua de la Quebrada, para seguir recibiendo amor sin ningún límite aparente.
Cada uno de los más queridos, amigos, amigas, primos, perros, gatos, todos los seres vivos que pasaron por mi vida dándome amor. El abrazo y la sonrisa querida, el SúperPerro moviendo su cola y saltando, Dora emocionada al verme, la abue Mare,… No eran sólo algunos momentos de cariño los que recordaba: ¡eran TODOS y cada uno de ellos! Desde bebé hasta ese día. Hasta esa fría noche.
Los besos, el sexo, los labios. También estaban allí.
El tiempo se hizo un chicle. El Amor era una represa que acababa de explotar.
¡Y explotó!
Estaba apenas amaneciendo y llega el Maestro Tayi.
Yo estaba llorando, por supuesto. Había colapsado mi sistema de recepción de amor y cariño. Estaba parado en la puerta de mi choza con una remera de algodón, de mangas cortas, como si estuviera en un tour caribeño, siendo la temperatura de unos pocos grados arriba de cero.
Y el hombre, poniéndome su ruana mostaza sobre los hombros, me dijo: “Pues Alejandro, si no lo hubiera maltratado yo a usted un poco la noche de ayer, no hubiera resistido todo esto. Habría caído en un pánico. Habría sido una hoja tan pequeña y seca, que el mínimo rayo de luz la hubiera calcinado”.
“Ninguno que no esté preparado resiste el calor tan intenso del Chiric Sanango. Cura el frío. Una sola hojita ayuda a pasar las noches como estas. Pero principalmente cura el frío del Alma -me dijo-, y lo cura para siempre”.
Y me cantó:
Nai nai nai
Chiric Sanango
Tronco y rona-á, medicina…
Desperté esa mañana
Y vi cuánto te necesitaba…!
Cuánto quería yo aquellos ojos…!
Cuánto era lo que te amaba…!
Y otra vez los bolsos, otra vez las despedidas, y otra vez afrontar el mundo después de tantas cosas nuevas y distintas.
“Adiós Don Palomeque, gracias por todo”…le grité asomándome por la ventanilla de un Mini Bus.
¡Adiós! ¡Gringo maricón! Gritó Don Tayi.
¡Grrrrr! Hice yo. Y una nube sinuosa de tierra seca y humeante dejaba ver sólo su mano saludándome.
Seguimos en el próximo número con más yuyos y cuentos del monte. Salud!
Sr. Alejandro